LOS NIÑOS EN LA GUERRA DE INDEPENDENCIA
• Se realizó una nueva sesión del Seminario México Tenochtitlan, organizado por la Secretaría de Educación, Ciencia, Tecnología e Innovación (SECTEI) que en esta ocasión trató el tema de “Adultos pequeños. La infancia en la guerra de Independencia”
Los niños en el proceso de Independencia del país fue en esta ocasión el tema del Seminario México Tenochtitlan. Siete siglos de historia, en el que los expertos se refirieron a la discriminación, a la muerte prematura, a las implicaciones sociales de la esclavitud y a la condición de ilegitimidad al nacer de este segmento poblacional.
En la bienvenida, la doctora Ofelia Angulo Guerrero, subsecretaria de Ciencia, Tecnología e Innovación de la SECTEI, precisó que hacer historia desde la perspectiva infantil es difícil, puesto que, a diferencia de la económica o jurídica, las fuentes no se encuentran en grandes archivos nacionales.
Para recuperar las voces infantiles del pasado, se requiere de una búsqueda intensa. Uno de los conceptos que más ha cambiado en 200 años, dijo, es el de la niñez, pues si bien hoy en día tienen derechos, y en su mayoría, se dedican a estudiar, en la época colonial muchos pequeños morían por problemas de salud y, en general, sólo los varones recibían educación”.
La historiadora Eugenia Roldán Vera, del Departamento de Investigaciones Educativas del Cinvestav, una de las participantes en el conversatorio, describió el significado de ser niño/niña en la Ciudad de México a principios del siglo XIX, periodo en el que eran tratados como adultos pequeños en formación, sin espacio específico para sus juegos y desarrollo de su creatividad.
Una noción moderna de infancia se planteaba desde finales del siglo XVII, al iniciarse la construcción de una red de dispositivos discursivos e institucionales tendientes al control del cuerpo, la mente y el espacio de los niños por los adultos, según Beatriz Alcubierre, historiada citada por Roldán Vera.
Se calcula que a finales del virreinato en la ciudad vivían alrededor de 100 mil personas de los seis millones que habitaban la Nueva España. De los que residían en la capital, el 60 por ciento eran españoles, el 30 por ciento mestizos y el 10 por ciento indígenas.
Pero más allá del origen étnico, si la persona era española o no, fue lo que definió si se era una persona decente, con oficio o profesión respetable, familia mexicana, comportamiento honorable y reconocimiento de la comunidad.
“En esa Ciudad de México de principios del siglo XIX ser niño era, sobre todo, ser un sobreviviente”, destacó Roldán Vera, pues quienes tenían cinco o seis hijos/hijas, hacía frente a que un tercio de ellos fallecía antes de los tres años. Epidemias de viruela, sarampión, hambre, orfandad y abandono, fueron las principales causas de mortalidad.
Todos los niños/niñas legítimos e ilegítimos eran bautizados al nacer para ingresar a la comunidad y no morir “marcados” por el pecado original.
En los primeros tres años de vida el padre no se involucraba mucho en la crianza de sus hijos/hijos. Participaba en su educación hasta los siete años aproximadamente, cuando los infantes empezaban a ir a la escuela de primeras letras.
La infancia en ese periodo de la historia comprendía de los cero a los siete años, al comenzar la etapa de la juventud que se extendía a la edad viril (de acuerdo con el lenguaje de entonces), alrededor de los 21 años.
La doctora Roldán explicó que a los 10 años se consideraba que ya tenían uso de razón, lo que llevaba a la confesión en la época de cuaresma; comenzaba también el aprendizaje de un oficio. Igualmente, con esa edad los esclavos eran vendidos, si tenían menos de diez años se les podía vender junto con su madre.
El casamiento para las mujeres era a los 20 años y para los hombres a los 24, aproximadamente.
A inicios del siglo XIX, entre el 30-35 por ciento de todos individuos que nacían eran ilegítimos, de parejas amancebadas o de relaciones extramaritales, aunque esos niños/niñas eran acogidos por las familias novohispanas.
Sin embargo, a finales del siglo XIX se registró una cultura de segregación de los expósitos (que significa niños en exposición), un acto deliberado de colocar al niño/niña en un lugar visible para que pudiera ser descubierto y trasladado a una casa de cuna. Estos infantes fueron cada vez más estigmatizados y se crearon instituciones para su alojamiento.
La modernidad borbónica, que hace referencia a las reformas de los monarcas españoles, implicó dos cambios de larga duración en las nociones de infancia que afectaron la vida de las niñas y los niños: su educabilidad, y la secularización, centralización y racionalización del gobierno.
El imperio buscaba entonces centralizar el poder político sobre las distintas corporaciones que integraban el reino y realizar, así, acciones efectivas del control de la población, algo que se convirtió en un recurso del Estado, en una fuente de riqueza.
Parte del control estatal se tradujo en la transferencia de espacios educativos tradicionalmente controlados por el clero regular al clero secular, más cercanos a la administración de la corona. La educación ya no era vista solo como evangelización, sino como un medio para la formación de ciudadanos útiles y leales a la corona, subrayó la experta.
La creación de escuelas gratuitas de distinto tipo en la última parte del siglo XVIII también tuvo que ver con medidas para sacar a los niños menesterosos de la calle, como consecuencia de la epidemia de 1786. Asimismo, la Constitución de Cádiz, vigente en la Nueva España de 1812 a 1814, abolió al gremio de maestros y fortaleció el papel del Ayuntamiento en la supervisión de la instrucción.
Luego de describir la vida cotidiana de los niños/niñas a partir de su vestimenta y juegos, con respecto a la vida en la escuela, la doctora en Historia por la Universidad de Cambridge precisó que, a finales de la época virreinal, casi la mitad de los infantes de la Ciudad asistían a una escuela de primeras letras, fuera con un maestro particular, parroquial o municipal, entre otras, a donde ingresaban con seis o siete años.
Primero, aprendían a leer, estudiaban catecismo, se les enseñaba a hacer cuentas y después a escribir. Los varones continuaban en otros colegios, como San Idelfonso, San Juan de Letrán, San Gregorio, o en seminarios. Mientras, las niñas asistían a escuelas denominadas “Amiga”, donde perfeccionaban su enseñanza y aprendían actividades como costura.
En la mayoría de los 70 pueblos indígenas que estaban ubicados en el actual territorio de la ciudad, había también escuelas donde se enseñaba a leer, escribir y hacer cuentas.
A partir de los 10 años las niñas y niños tenían obligaciones inherentes a las de los adultos. La especialista expresó que solo si se comprende lo temprano de esa juventud se pueden entender los relatos de los niños que se convirtieron repentinamente en soldados de los ejércitos insurgentes.
El profesor Raymundo Alva Zavala, de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), externó que cuando se aborda la guerra de Independencia jamás se piensa en una batalla en la que hay desgaste militar, muertes, y deterioro en la infraestructura de los pueblos, y mucho menos en la intervención de niños y mujeres.
“Los ejércitos que entraron en movimiento fueron integrados por la población campesina de las regiones, zonas donde se llevó a cabo el enfrentamiento armado. Mucha gente que formó parte de los ejércitos insurgentes fue justamente de las zonas rurales, población constituida por indígenas, mestizos y afromestizos”.
La vida en el campo era de trabajo arduo y la cantidad de niños involucrados en la producción era sumamente alta. “Las familias campesinas tenían muchos hijos por la gran mortandad infantil imperante en aquella época”.
Actual jefe de la licenciatura en Historia en la ENAH, Alva Zavala sostuvo que dentro de las filas insurgentes y del ejército realista había niños y jóvenes. “En las élites militares algo muy común era la leva, el reclutamiento forzoso, rápido, y poco costoso para engrosar las filas. Se tomaban a todos los varones de una población, aquellos que pudieran sostener un rifle, y se les integraba”.
Alva Zavala detalló que Narciso Mendoza, mejor conocido como el “Niño artillero”, fue un pequeño militar insurgente que participó en la guerra de Independencia, como parte del batallón infantil que creó José María Morelos y Pavón.
Además de él, continuó, estaban quienes conformaron una tropa llamada “Compañía de niños del ejército americano”, conocida como “Los Emulantes”, pues “emulaban” a los adultos en sus acciones de guerra. A la cabeza del grupo estuvo Juan Nepomuceno Almonte, hijo biológico de José María Morelos y Pavón, apuntó.
Otros infantes que participaron en la guerra en el ejército insurgente o en el virreinal fueron: Antonio López de Santa Anna, Pedro María Anaya, y Mariano Arista, quien sirvió desde los once años en el ejército realista.
El profesor Alva Zavala afirmó que estos niños le dieron “forma” a México, forjando a nación desde mediados del siglo XIX. “Se trata de militares que fueron niños durante el conflicto y cuyas hazañas heroicas nos hacen concluir que se trató de un siglo violento, principalmente para las zonas rurales”.