LAS POLÍTICAS DE SALUD PÚBLICA DETRÁS DE LAS EMERGENCIAS SANITARIAS

Publicado el 23 Junio 2020
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• El miedo y la estigmatización, dos de los elementos más negativos que pueden presentarse en medio de una pandemia

Frente a la emergencia sanitaria que impone grandes retos para todos los países y tendrán más posibilidades de enfrentarlos, y con mejores resultados, aquellas naciones que fortalezcan sus sistemas de salud.

La humanidad ha vivido muchas pandemias en el pasado. Baste recordar los estragos de la pandemia de influenza de 1918-1919, con alrededor de 50 millones de muertos; la pandemia de peste conocida como Muerte Negra, que afectó Euroasia en el siglo XIV, y alcanzó su punto más alto entre 1347 y 1353, en la que el número de muertos se ha estimado entre 70 y 200 millones de individuos; o aun antes de ella, la llamada plaga justiniana, en el siglo VI, que algunos historiadores consideran un evento que aceleró la caída del Imperio Romano.

Salud pública es la respuesta social organizada a los problemas colectivos en este ámbito, incluyendo las epidemias y pandemias, señaló Ana María Carrillo Farga, profesora titular del Departamento de Salud Pública de la Facultad de Medicina de la UNAM.

La respuesta se apoya en los recursos de las ciencias médicas básicas (o de laboratorio); las ciencias clínicas (que se ocupan de la solución de los problemas de salud de los individuos), y de la epidemiología (que estudia la distribución, frecuencia y factores determinantes de las enfermedades en poblaciones humanas).

Contar con un sistema de salud pública implica un largo proceso. En el caso de México hubo acciones de saneamiento desde la época prehispánica, las cuales continuaron en la Colonia, sobre todo en el último periodo de finales del siglo XVIII, cuando hubo una manifiesta preocupación por la higiene de las ciudades, la distribución del agua y porque los cementerios estuvieran fuera de las iglesias; a lo largo del siglo XIX, la salud de las poblaciones fue una preocupación de la nueva nación mexicana.

Pero el nacimiento de la salud pública moderna, refirió Carrillo Farga, ocurrió en el porfiriato, etapa en la que se conjuntaron tres factores que lo hicieron posible: 1) la aceptación de los descubrimientos de varias ciencias médicas entonces emergentes, como la microbiología, que identificó al agente causal de muchas enfermedades, o la inmunología, que preparó vacunas y sueros para prevenirlas y tratarlas; 2) la concentración del poder del Estado que se manifestó también en este campo, y 3) los intereses económicos del país y de poderes imperiales que trataron de llevar la higiene a puertos y fronteras para proteger el comercio.

La socióloga e historiadora recordó que fue en ese contexto que se realizó la campaña contra la epidemia de peste, de 1902 a 1903. La peste bubónica se transmite por la picadura de la pulga de la rata, pero puede evolucionar a peste neumónica, la cual se transmite, igual que la Covid-19, de persona a persona mediante las gotitas de saliva expulsadas al estornudar o toser.

Esta epidemia correspondió a la tercera de peste, y duró en nuestro país seis meses, localizada en el estado de Sinaloa; mientras que, en San Francisco, Estados Unidos, de donde llegó a México, duró ocho años, y en India y Perú permaneció por 30 años y se extendió a la totalidad de sus territorios. “Esta campaña resultó exitosa, porque fue la primera en que confluyeron los elementos que marcaron el arranque de la salud pública moderna”.

Y luego hubo otras campañas efectivas, “como la librada contra la fiebre amarilla, que se interrumpieron por la Revolución; pero el Estado mexicano, que surgió de ese mismo movimiento, volvió a poner el acento en la salud. El gobierno de Lázaro Cárdenas, consideró la doctora Carrillo, fue la época de oro de la salud pública.

Sin embargo, ha habido muchos otros buenos momentos en este proceso, expuso la investigadora de la UNAM en entrevista para la Secretaría de Educación, Ciencia, Tecnología e Innovación de la Ciudad de México.

La especialista también reflexionó sobre los cambios que se han registrado a partir del nacimiento de la salud pública moderna en México.

Desde finales del siglo XIX y hasta 1978, las epidemias se combatieron en campañas verticales, tanto en el sentido de que había una estructura vertical desde el director de la campaña hasta los brigadistas, y porque se combatía a las enfermedades una por una; por ejemplo, la campaña contra el cáncer o la tuberculosis.

Originalmente el término epidemia hacía referencia a las enfermedades infecciosas agudas, pero hoy se ha extendido a los padecimientos crónicos como diabetes, hipertensión y obesidad. Las acciones incluían la formación de especialistas, acciones preventivas como la vacunación, estrategias para la detección temprana de la enfermedad, y educación para la salud dirigidas a la población.

En 1952, la viruela fue eliminada en México, y años después fue erradicada del mundo. La Organización Mundial de la Salud planteó en 1978 la política de atención primaria de salud, con la meta de Salud para Todos. Buscaba dejar de enfrentar las enfermedades una por una y, en cambio, abordar los problemas de salud en conjunto, alentando la participación comunitaria en las decisiones sobre las políticas sanitarias, así como influir sobre las condiciones de vida.

Esa política fue muy pronto derrotada y se optó por una atención primaria de salud simplificada: vacunas, hidratación oral, amamantamiento, control del crecimiento de los niños, lo que, aunado al abandono de las campañas específicas, tuvo un impacto negativo sobre la salud.

“Toca la llegada de esta pandemia, la de la CoVID-19, que es la mayor emergencia sanitaria que se ha presentado en cien años —dijo Carrillo Farga—, en un momento precedido por décadas en las que ha habido menos recursos para los sistemas sanitarios públicos en prácticamente en todo el mundo con algunas excepciones”.

Precisó que algunos países han reconocido la importancia que tienen la seguridad social y la salud pública. En América, ejemplificó, se muestran casos sólidos en ese sentido, provenientes de economías desarrolladas y emergentes, como Canadá y Cuba.

En la batalla que se emprende para combatir una pandemia la participación de la sociedad es fundamental. La educación para la salud es efectiva si se une a medidas tomadas por el Estado, como se ha visto en el pasado con otras epidemias y pandemias. Un ejemplo claro, recordó la investigadora, fue la campaña contra la fiebre amarilla en México, iniciada en 1903.

Originalmente, la población se opuso a las desinfecciones realizadas por las autoridades sanitarias, pero cuando estas explicaron que la enfermedad se transmite por medio de la picadura del mosquito Aedes aegypti, los pobladores comprendieron y comenzaron a cooperar.

Al analizar cuáles han sido los principales avances en la construcción de las políticas de salud pública locales que se pueden observar en la pandemia de la Covid-19, la doctora Ana María Carrillo destacó la vigilancia epidemiológica y la búsqueda de colaboración de la población, por medio de la información permanente acerca del momento en que se presentó la enfermedad en México, y posteriormente, del número de enfermos y fallecidos, para que los ciudadanos comprendan la necesidad de las políticas de higiene y de aislamiento.

Es primordial que haya conciencia del peligro, pero sin provocar pánico, para evitar acciones como los ataques a los profesionales de la salud que están arriesgando su vida por la de otros, y que los enfermos no sean estigmatizados. “El miedo y la estigmatización –sostuvo– son dos de los más negativos elementos que pueden presentarse en medio de una pandemia”.

Un mundo globalizado

Hace 170 años tuvo lugar la Primera Convención Sanitaria Internacional, y siguieron otras, en las que los países empezaron a pensar en la manera de llegar a acuerdos para tratar de evitar el paso de enfermedades de un país a otro, pero protegiendo al mismo tiempo el comercio y el libre tránsito de las personas.

La gestión de la acción mundial contra la propagación internacional de las enfermedades –pero evitando al mismo tiempo las interferencias innecesarias con el tráfico y el comercio internacionales–, fue también el objetivo del Reglamento Sanitario Internacional signado en 1951 y que ha sido modificado en varias ocasiones. “Obviamente hay condiciones generales para las naciones, pero cada país atiende la emergencia desde sus particularidades”, comentó la experta.

Lo que también es importante destacar, agregó Carrillo Farga, es la necesidad de entender “que somos un mundo globalizado que lo que suceda en un lugar afectará a otro. Después de una pandemia con resultados catastróficos, las sociedades han logrado reinventarse, y muchos avances no solo médicos sino también sociales se han dado a partir de esas pandemias”.

Por ejemplo, las pandemias de cólera –la última de las cuales comenzó en el sur de Asia en 1961, llegó a África en 1971 y a América en 1991–, fueron un impulso importante para la epidemiología, para la salud pública moderna y para la medicina social.

Una de las lecciones que la profesora titular del Departamento de Salud Pública de la Facultad de Medicina de la UNAM extrae de estas emergencias sanitarias, es la necesidad de contar con un Estado que impulse las políticas de la salud, “porque es un derecho humano, no una mercancía, y sin salud no puede ni siquiera funcionar el sistema económico. Lo que está a la vista”.